Qilin, Ukiyo-e |
Fu Xi, el Domesticador de Animales, es el auténtico padre de la civilización china. Las leyendas chinas afirman que vivió entre el 2852 y el 2738 a.C., y se le atribuye la invención de las normas de civilización, las técnicas de cálculo mediante nudos en cuerdas –al estilo de los quipus andinos, y ésta no es la única coincidencia entre la cultura china y la paleoamericana–, la cocina, las técnicas de caza y pesca, etc. No es difícil ver en la figura de Fu Xi el recuerdo atávico de los principios de la cultura ganadera. Su sucesor, Shen Nong, el Agricultor Mágico, representará el paso del pastoreo a la civilización agrícola y sedentaria; finalmente, el tercer gran héroe chino, Yu el Domesticador de las Aguas, se convertirá en el símbolo de la civilización y la ingeniería.
Dice el Libro de los Venerables Documentos: «El mapa del río y los Ocho Trigramas se remontan a tiempos del reinado de Fu Xi, quien vio surgir un caballo-dragón de las aguas del río Amarillo, y a partir de las marcas que éste llevaba en el lomo, diseñó los Ocho Trigramas». Fu Xi vio en estos signos un mensaje del Cielo, lo que le indujo a penetrar en los misterios de su entorno, tal y como se describe en los apéndices del Yijing: «Cuando en la antigüedad el honorable Bao-Fu-Xi, soberano del mundo entero, miró hacia arriba para contemplar las imágenes que había en el Cielo, y luego hacia abajo para observar los modelos surgidos de la Tierra, observó los dibujos de cada ave y de cada bestia, y qué cosas eran adecuadas para la Tierra. Para lo cercano, eligió [compararlos con] su propio cuerpo; para lo lejano, escogió [compararlos con] otras cosas, y a partir de ahí creó los Ocho Trigramas».
Las señales en el cuerpo del dragón estaban dispuestas según un patrón que más tarde se llamaría hetu, «diagrama del río [Amarillo]». La naturaleza dual del caballo-dragón, animal místico, reviste una gran importancia: el dragón es el animal simbólico asociado, en el Libro de los Cambios, al yang puro, al poder creativo del Cielo y al hexagrama Qian; por su parte, el caballo –más precisamente la yegua– es el animal representativo del yin puro, del poder pasivo de la Tierra y del hexagrama Kun. La fusión de las dos energías primordiales en un solo ser es un hecho de una trascendencia capital.
El concepto del yin y el yang es una de las aportaciones más universales de la cultura china, que considera este binomio el mecanismo que mantiene el equilibrio de un sistema. Yin y yang no son, en absoluto, fuerzas primarias ni poderes cósmicos, sino «utensilios» de clasificación.
Etimológicamente, los conceptos yin y yang se referían exclusivamente a las laderas sombría e iluminada de una montaña: yin está formado por el radical «ladera», más un conjunto de caracteres que significa «en el momento presente hay nubes». Su carácter simplificado incluye el radical «ladera» más el carácter «luna», lo que da una idea general de su polaridad. Yang está formado por el radical «ladera» más un conjunto de caracteres que representan los rayos del sol. Su carácter simplificado muestra el radical «ladera» y el ideograma «sol», exponiendo las características de su polaridad. De esto no debe deducirse una noción antagónica de dualidad, sino un sistema dinámico de complementariedad y equilibrio, una visión cíclica y relativa del Universo, en la que el yin llegado al extremo originará el yang y viceversa: yin y yang no son cosas independientes, sino dos fases de un mismo fenómeno. Los textos canónicos Zhou que exponen la teoría del yin y el yang la relacionan con las diferentes técnicas de adivinación vigentes en tiempos de las antiguas dinastías.
Se puede suponer que la teoría del yin y el yang apareció en la Edad del Bronce, en el seno de la casta chamánica, y que desde su origen se asoció con las ideas de adivinación y pronóstico. El estudio del diagrama del río Amarillo desembocó en la concepción de ocho figuras de tres líneas que podían otorgar información sobre la estructura intrínseca de todas las cosas del mundo en términos de complementariedad: calor-frío, luz-oscuridad, movimiento-quietud, firmeza-ductilidad, etc. Recurriendo solamente a estas ocho figuras paradigmáticas, Fu Xi intentó explicar el espacio y el tiempo, ordenar la realidad y descifrar el lenguaje en el que se expresa el mundo. El resultado fue la comprensión de la inmutabilidad del cambio, la permanencia de las transformaciones; en lugar de comprender la mecánica del mundo de forma estática, Fu Xi propuso una mirada dinámica y compleja, que no se basa en la permanencia, sino en las continuas transformaciones y evoluciones.
En esta leyenda quedan también definidas de forma muy clara algunas de las ideas que impregnarán los métodos mánticos chinos. El mundo estaría articulado gracias a algún tipo de esencia espiritual que puede ser intuida por los sabios y que permite establecer conexiones entre lo que está arriba –las imágenes suspendidas en el Cielo, como los astros– y lo que está abajo –el mundo natural y humano–. Además, como esta esencia espiritual sigue unos patrones inalterables, se podría llegar a comprender cómo se manifiesta: el discernimiento de la evolución de los patrones implicados en un suceso dado permitiría, a priori, adelantar acontecimientos y predecir el futuro. Tanto los patrones como la esencia espiritual subyacente y las relaciones de correspondencia –o resonancia, siguiendo el lenguaje empleado en el Libro de los Cambios– se podrían expresar mediante símbolos abstractos, numéricos, geográficos, naturales, etc., codificados en ocho figuras elementales conocidas como «trigramas».
Diagrama del Rio Amarillo |
Ahora bien, ¿este futuro es inamovible o es susceptible de modificación? La leyenda de Fu Xi nos dice que el destino sigue un patrón fijo, pero este patrón puede ser modificado gracias a las normas decomportamiento que rigen la moralidad y las costumbres, a la adaptación al medio o a la comprensión de la propia posición en el orden cósmico.
Según algunos comentarios encontrados en los Registros oficiales de la dinastía Han, en los Escritos del príncipe de Huainan y en los Ritos de los Zhou, originariamente existieron tres Libros de los Cambios distintos, aunque basados todos ellos en los trigramas. El primero, asociado a la dinastía Xia de los siglos XXII-XVII a.C., la más antigua de las dinastías chinas, se denominaba Lianshan yi –Cambios de la cadena montañosa–, siendo atribuida al mitológico emperador Shen Nong, el agricultor mágico; el título de este primitivo Libro de los Cambios hace referencia a uno de los nombres del emperador –Maestro de la Montaña– y, en consecuencia, el primer hexagrama en su ordenamiento era Gen, montaña. El segundo Libro de los Cambios se atribuía a la siguiente dinastía, la Shang –siglos XVII-XI a.C.– y fue llamado Guicang yi –Regreso a un lugar oculto, aunque en ocasiones se utiliza el homófono Cambios de la tortuga oculta–. Podría ser obra tanto del mítico Emperador Amarillo como de los emperadores Yao y Shun, herederos de los sabios Fu Xi y Shen Nong. En esta versión del Libro de los Cambios, el primer hexagrama era Kun, el Principio pasivo, seguramente en consonancia con la idea de ocultación incluida en el título. Hasta hace muy poco tiempo se suponía que estas dos versiones se habían perdido o incluso que jamás existieron, pero recientes hallazgos arqueológicos en templos ancestrales de los Zhou, en la provincia de Shaanxi, han sacado a la luz algunos fragmentos de textos mánticos que, según las hipótesis apuntadas por el historiador Li Ling en 1997, podrían ser partes de ambas obras, si bien es imposible deducir cómo se establecían los hexagramas. La tercera y más importante versión del Libro de los Cambios es el texto obra del duque de Zhou, conocido póstumamente como Wen Wang, el Rey Wen. Éste es el texto que actualmente conocemos como Zhouyi –Los Cambios de la dinastía Zhou– y que comienza con el hexagrama Qian, el Principio activo.
Fuente: http://www.arsgravis.com/?p=162
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