El hombre sabio, más allá de las circunstancias, está como muerto. Nada puede perturbar su mirada. Ni una mota de polvo puede adherirse a sus pasos.
El agua es clara y límpida, no tiene anverso ni reverso. En el cielo no hay entrada ni salida. Los fenómenos y la vacuidad no se diferencian. La sabiduría no depende del entorno.
Si se encrespa una ola, otras la seguirán. Si se trastorna nuestra conciencia, aparecen cantidad de pensamientos. Si nuestro espíritu está tranquilo, todo está tranquilo en torno a nosotros. La educación moderna se funda en la palabra, la educación Zen en el silencio. A la larga, en la discusión la palabra llega a ser estéril. Si queremos poner fin a los discursos, detengamos los movimientos, buenos o malos, de nuestra conciencia. No agitemos nuestro cuerpo. Ahorremos nuestros pensamientos. El hombre verdadero, el que comprende su propia naturaleza, no duda de los demás, comprende también su espíritu y no discute.
Al contemplar el océano, algunos no ven más que la superficie de las olas; otros no consideran más que el agua sin las olas. Las olas y el agua son inseparables. Nuestro espíritu se parece al océano. En el Zazen, el espíritu está inmóvil. Todo cambia, nada permanece. El silencio es superior a la elocuencia.
"La práctica del Zen" Taisen Deshimaru. Maestro Zen.

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