Contenidos esenciales de la Enseñanza

La Enseñanza del Buddha es un conjunto de doctrinas y prácticas que en los sermones pali, se denomina Enseñanza y Disciplina (Dhammavinaya) o simplemente Enseñanza (Dhamma), en contraposición al dhamma o enseñanza de otros maestros y escuelas.

Los preceptos morales, las técnicas de meditación y la filosofía que conforman la Enseñanza del Buddha no son fines en sí mismos sino medios para purificar la mente humana y sus diversas formas de expresión a través del cuerpo, la palabra y el pensamiento: «El no hacer ningún mal, la realización del bien, la purificación de la propia mente: éste es el mensaje de los Buddha»


Las doctrinas y prácticas de la Enseñanza y la Disciplina del Buddha constituyen fundamentalmente un método para modificar la conducta, adiestrar progresivamente la mente y liberarla del sufrimiento que ella misma genera: «al igual que el único sabor del mar es la sal, así el único sabor de la Enseñanza y la Disciplina es la liberación».

La Enseñanza y la Disciplina del Buddha es una explicación racional del surgir y cesar del sufrimiento a partir de sus causas psicológicas, y un método práctico para eliminar dichas causas. El mejor resumen de la Enseñanza lo realiza el propio Buddha, quien al ser acusado de enseñar la aniquilación de los seres, o lo que es lo mismo, de ser nihilista, responde que él no enseña eso sino más bien el surgir y el cesar del sufrimiento:
«Monjes, antes y ahora, yo sólo enseño el sufrimiento y la cesación del sufrimiento».


La explicación teórica del surgir y el cesar del sufrimiento que ofrece el Buddha es inseparable del
método práctico conducente a la liberación de dicho sufrimiento. Quedarse con el estudio de la teoría y prescindir de la práctica o quedarse la práctica prescindiendo del estudio de la teoría, no hace justicia a la estrecha vinculación que hay entre la práctica y la teoría budista.


La interrelación entre la teoría y la práctica budista, entre la explicación teórica del sufrimiento y el
método práctico para extinguirlo, se puede constatar en la doctrina de las Cuatro Nobles Verdades.


 Como señala el Bhikkhu Bodhi: «La unidad interna de la Enseñanza
(Dhamma) está garantizada por el hecho de que la última de las Cuatro Nobles Verdades, la verdad del Camino, no es otra que el Noble Óctuple Sendero, mientras que el primer factor del Noble Óctuple Sendero (la recta opinión) es la comprensión de las Cuatro Nobles Verdades. Los dos principios se penetran e incluyen mutuamente, la fórmula de las Cuatro Nobles Verdades contiene el Óctuple Sendero, y el Noble Óctuple Sendero contiene las Cuatro Verdades».


 Las tres características de la existencia

Los seres sin iluminar se encuentran inmersos un proceso psicofísico denominado samsara o ciclo de
existencias. Dichos seres nacen, envejecen, enferman y mueren sucesivamente hasta que logran el Nibbana. Los seres sin iluminar pueden, en función de sus propias acciones morales o
inmorales, renacer en cinco lugares o destinos: infiernos, reino animal, reino de los fantasmas en pena, reino humano y reino de los dioses. La vida en todos los destinos es transitoria, efímera e impermanente (anicca), primera de las características de la existencia, y está sometida, más tarde o más temprano, en menor o en mayor grado, a ciertas dosis de insatisfacción, frustración, decepción y sufrimiento (dukkha), segunda de las características de la existencia.


En los infiernos, mundo de los fantasmas en pena y reino animal predominan las sensaciones de
sufrimiento y un fuerte grado de apego a los placeres de los sentidos. Donde más se sufre es en los infiernos, después en el reino animal y finalmente en el reino de los fantasmas. En cambio, en los reinos celestiales, habitados por dioses y seres con un mayor grado de desarrollo espiritual, predominan las sensaciones placenteras. Aunque la duración de la vida en las moradas divinas es considerablemente más larga y dichosa que la del resto de seres sin iluminar, es inferior a la vida humana en cuanto a las posibilidades de alcanzar la liberación y ayudar a otros a conseguida.


La razón de ello es que los dioses, al disfrutar de tanto placer y felicidad durante tanto tiempo, se olvidan de su pertenencia al samsara (ver sermón 49) y descuidan la búsqueda de la liberación. Nacer como ser humano es muy difícil y por tanto es una gran suerte que no debe desaprovecharse. Lejos de ser la peor de las existencias posibles, la existencia humana es la mejor de todas para practicar un camino espiritual. El ser humano es quien más fácil lo tiene, incluso mucho mejor que los dioses, para progresar hacia la trascendencia definitiva del sufrimiento o Nibbana.


El ser humano vive en la tierra, situada según la cosmología budista tradicional en un lugar intermedio entre los cielos y los infiernos. En consonancia con esta ubicación de la tierra, la condición humana se describe igualmente como un estado intermedio. entre las sensaciones de sufrimiento y las de felicidad.


La vida humana se describe a veces como un lugar donde se experimenta gran cantidad de sensaciones placenteras, y otras como una mezcla difusa de sensaciones placenteras y dolorosas. Sin embargo, con el fin de inducir a la liberación y al máximo aprovechamiento de la vida humana, el Buddha suele enfatizar el sufrimiento que afecta a todos los seres sin iluminar, lo que no debería interpretarse superficialmente como pesimismo puesto que de lo que se trata es de remitir a una solución positiva el problema del sufrimiento humano.


El ser humano, como los demás seres sin iluminar, tiene que nacer, envejecer, enfermar y morir
sucesivamente hasta el logro de la iluminación o Nibbana. La impermanencia de la vida en estos cinco destinos y la consiguiente sucesión de nacimientos, envejecimientos, enfermedades y muertes, es la razón principal por la que se considera sufrimiento toda existencia dentro del samsara. Lo impermanente nunca puede llenar del todo y por ello no satisface, al contrario, termina por decepcionar y generar sufrimiento. 


La evaluación negativa de toda vida en el samsara tampoco debería interpretarse superficialmente como una invitación a la depresión o como la negación antivitalista de todos los tipos de felicidad que se pueden disfrutar dentro del samsara. El Buddha explica el grado de disfrute correspondiente a cada tipo de placer pero también el peligro que entraña y el modo de librarse de las sujeciones, ataduras y apegos que produce dicho disfrute. El Buddha invita al discernimiento entre los distintos tipos de felicidad y si devalúa alguno de ellos es para inducir al desapego y con ello al Nibbana, definido precisamente en ocasiones como la «suprema salvación de toda sujeción» (sermón 26).

El sufrimiento derivado de la impermanencia y de la sucesión de nacimientos, envejecimientos,
enfermedades y muertes, se perpetúa y acrecienta con la confusión de lo impermanente con lo permanente y el consiguiente apego a lo que en realidad es impermanente.


Una de las expresiones más sutiles y perniciosas de la confusión de lo impermanente con lo permanente, son las teorías sobre el yo o atta (atman en sánscrito). La ignorancia sobre la naturaleza de ciertas experiencias meditativas y el deseo de existencia eterna, lleva a los seres a identificarse con dichas experiencias, confundidas con algo permanente y eterno, ya especular sobre la inmortalidad del propio yo o de uno mismo (atta).
Para evitar este tipo de identificación, confusión y especulación fruto de la ignorancia y el apego, el
Buddha analiza incansablemente la realidad humana y afirma de todos y cada uno de sus componentes (los cinco agregados psicofísicos) que: «esto no es mío», «ése no soy yo», «ése no es mi yo»(ver sermón 35).


No hay nada en el mundo ni en el ser humano que pueda considerarse como algo "mío", algo que "yo
soy", o combinando ambas actitudes, como "mi yo" (literalmente "mi atta").
Ni siquiera el Nibbana es algo con lo que el yo o uno mismo puede identificarse y considerar como atta o algo que "yo soy".


La tercera de las características de la existencia es la insubstancialidad o anatta, (literalmente la ausencia de yo o atta), característica que a diferencia de las otras dos se predica tanto de los fenómenos condicionados del samsara como de lo incondicionado o Nibbana.
Esa tercera característica, la insubstancialidad o anatta, significa también desde una perspectiva más
filosófica, que todas las realidades del universo carecen de esencia o fundamento substancial inmutable que exista en sí y por sí mismo. Todo, (incluso la palabra que nos permite referimos al Nibbana y que en rigor no es el Nibbana) es impermanente, surge y cesa dependientemente a partir de ciertas causas y condiciones.


Los cinco agregados psicofísicos que constituyen lo que denominamos convencionalmente ser humano, son igualmente impermanentes, se fundamentan mutuamente, y surgen y cesan en dependencia los unos de los otros. Por eso no se puede decir del ser humano ni de ninguno de los agregados que exista de manera última (eternalismo), pero tampoco que no exista en absoluto (nihilismo). La insubstancialidad o anatta no niega por consiguiente la existencia del ser humano, una persona, yo o agente responsable de las acciones, sino exclusivamente que dicha existencia sea permanente, substancial y última. El Surgir Dependiente (ver sermones 11 y 38) como camino medio entre los extremos del ser (eternalismo) y del no ser (nihilismo) hace innecesario postular un yo o atta con existencia última que sea la esencia o el fundamento substancial que permanece inmutable a través de los procesos del ser humano y del universo

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